Ayer por primera vez mi hijo de 5 años estuvo en la piscina sin churro, ni manguitos, ni flotador de ningún tipo. Hasta hace muy poco ir con él a la piscina parecía más un castigo que un momento de diversión, pero este verano los dos nos hemos propuesto vencer nuestros miedos y que aprenda por lo menos a flotar. Yo quería que fuera a clases de natación hace como 3 años y esto nos costó un disgusto en casa, su padre dijo que no, porque le iba a dar otitis... y no fué.
Bueno, ayer al ver a mi niño en la piscina, recordé mis clases de natación, yo me lo pasaba bien en el agua, pero no me gustaba tener que esforzarme en ciertos ejercicios y menos aún el calentamiento (teníamos que correr por una pista de atletismo que había alrededor de la piscina antes de entrar al agua), esto me hacía protestar cada vez que tenía natación y a esto se le sumó el hecho de que me salieran unas burbujitas de agua en las axilas y me sacaron de las clases de natación.
Ayer sentada en el bordillo de la piscina mientras veía a mi hijo con su padre, disfrutando de estar allí como un niño mayor, estuve todo el rato pensando en como influyen nuestros miedos en el desarrollo social y personal de nuestros hijos y pensé en otras situaciones:
Un día que mi marido se atragantó con una espina de pescado y al contárselo a su madre, ella le dijo impulsivamente: "ya sabes lo que tienes que hacer, no comas más pescado" ehhhh??? ¿esa es la solución? Si la niña protesta porque tiene que calentar antes de nadar, la sacamos. Si el niño se traga una espina, que no coma más pescado. Y yo me pregunto, ¿no sería mejor hacerle entender que el calentamiento es necesario, o sentarnos a enseñarle a quitar las espinas, en lugar de decirle que no coma pescado?
En el fondo, cuando hacemos estas cosas o cuando buscamos excusas para que los hijos no hagan ciertas actividades, lo que estamos manifestando es nuestro miedo a que les pase cualquier cosa, un miedo irracional en algunos casos. Cada vez que mi hijo viene del colegio con una circular que anuncia una excursión, lo paso tan mal... comienza a librarse una batalla interna entre mi cerebro y mi corazón, por un lado está esa angustia que siento al saber que tiene que subir a un autocar, ir a no se cuantos km de distancia del colegio, comer quien sabe que, beber agua de cualquier botella, que le dé el sol sin protección, etc, etc, etc. Por otro lado está la certeza de saber que se lo va a pasar en grande, que será una experiencia que recordará toda la vida, que ir a una excursión con sus compañeros de clase lo harán formar parte de un grupo que comparte más allá de las aulas y entonces me digo a mi misma: Marta, no le va a pasar nada, tienes que confiar en los profesionales, el señor conductor ha sido preparado para llevar el autocar, los profes y monitores están perfectamente capacitados para manejar el grupo y cuidar que nada malo les pase, los que preparan la comida saben lo que hacen, estarán en un lugar controlado y preparado para recibir grupos de niños y aún con todos mis miedos, me armo de valor y firmo el dichoso papelito.
Las primeras veces, hablaba con el conductor, revisaba los cinturones de seguridad, me quedaba llorando en silencio, llamaba al sitio donde iban para saber si habían llegado bien y no contaba nada a nadie, porque sabía que mi miedo no tenía razón de ser, ahora me quedo para despedirlos junto con otras mamás y aunque me sigue dando miedo ya no soy tan paranoica y me siento mejor conmigo misma, me siento orgullosa de que mi cerebro vaya ganando esas batallas internas, porque se que todo lo bueno que le aportan estas excursiones a mi hijo superan todo lo malo que me aportan a mi. Todavía no estoy preparada para se vaya de campamento a dormir una semana fuera de casa o para que se vaya a la playa con los abuelos, pero tiempo al tiempo, seguro que cuando tenga 15 ya no me dará tanto miedo jejeje.